Lady Idle caminaba
deprisa por uno de los estrechos callejones de South Bridge. No llovía ya, pero
las piedras oscuras estaban empapadas y tenía que pisar con cuidado. En los
charcos veía su imagen reflejada. Ahí estaba su rostro contraído por una mueca
de angustia y, muy pálido, contrastando con su vestimenta negra. A lo lejos sonaba la música de una gaita, y la brisa fría de
la noche traía olores de especias y perfumes de las tiendecitas, pero también
de desechos arrojados en las aceras. Según descendía por la callejuela
empinada, el hedor a desperdicios y carne podrida se hacía más insoportable.
Pero ya estaba acostumbrada. Siguió avanzando. El corazón le golpeaba con
fuerza en el pecho. Le pareció oír sus latidos, como un rítmico tambor acompañando
el lejano lamento de la gaita.
Se detuvo de
repente. Ahí estaba. Ahí estaba aquella maldita señal. Se mordió el labio y
sintió que le faltaba el aire. Era apenas una marca roja pintada en la piedra
negra. Se acercó más y la examinó. Parecía un ojo. Y bajo este, aún más
pequeño y con una letra entrelazada,
habían escrito: “Intérprete de visiones. Toca y entra”. Se quitó el guante negro que cubría su
mano y con los nudillos llamó.
Esperó allí hasta
que oyó unos pasos que se acercaban y la puerta se abrió apenas un poco. En el
umbral apareció una mujer de unos setenta años, vestida de blanco, con el
cabello canoso y los ojos pálidos adornados también de carmesí.
—Pase, milady.
Lady Idle sintió un
estremecimiento. Apretó los dientes para no escuchar las voces que retumbaban a
lo lejos, pero aún así, sintió el frío en sus huesos. Se puso el guante de
nuevo y entró agachando la cabeza. La puerta se cerró tras ella con un crujido
y un golpe seco.
El interior era casi el de una cueva. Se trataba de uno de los pasadizos secretos que discurrían bajo el puente de South Bridge. Dentro hacía aún más frío y ella se apretó el abrigo, luego siguió adelante tras los pasos de la mujer de blanco. Desde luego, aquello parecía más una gruta que una casa. Lady Idle miró hacia atrás.
—No se detenga —oyó de nuevo la voz de la bruja.
Lady Idle la siguió más deprisa hasta una sala de techo bajo. En el suelo había unas telas de terciopelo rojo y una mesa sobre la que humeaban unas varas de incienso y dos tazas con una bebida clara. Ese era todo el mobiliario. La bruja se sentó y le hizo una señal, a la que la dama respondió imitándola.
—Adelante, cuénteme su visión —dijo la intérprete y cerró los ojos. Pudo ver entonces Lady Idle como sobre los párpados tenía pintados unos ojos carmesíes. Tragó saliva. Esperó un momento a que se le tranquilizara el corazón y al fin alzó la voz.
Relato: Gloria T. Dauden
Ilustración: Jen Delpozajo
(El relato completo podrá leerse en la antología Volar sin Alas que estará disponible en Amazon)
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