Microrrelato escrito para una amiga invisible (actividad de la Escuela de Fantasía)
La duendecilla dejó sus botas
rosas en el jardín delante de la ventana abierta. No quería embarrarles
el suelo. Una cosa era colarse de noche a por turrones y otra muy
distinta ensuciar o romper enseres. Podía ser un bichejo del bosque, pero
tenía modales. Así, en calcetines de flores, trepó por el seto y
entró de puntillas a través de la ventana.
Se detuvo un momento y aspiró el
aire que olía a canela y almendras. Se relamió. Luego, entre saltos se
llenó los bolsillos con polvorones y caramelos. Brincó aquí y allá entre
las decoraciones recogiendo lo que le llamaba la atención. Entonces
sonó el rugido del viento y un golpe seco. Corrió hacia la ventana.
Estaba cerrada. Trató de empujarla pero no logró moverla. Se mordió las
uñas. ¿Cómo saldría? El bloqueo le duró un momento. ¡La gatera! Aquella
familia tenía un gato viejo y naranja. Corrió decididamente hacia la
puerta trasera, pero al acercarse se quedó helada. Un hombre gordo de
barba blanca y vestido de rojo guardaba la puerta. Corrió a esconderse
detrás de una columna.
Lo estuvo observando un buen rato,
hasta que entre risas quedas, se dio cuenta de que era una escultura.
Una escultura que daba mucho miedo, pero sólo eso.
—¡Muchas gracias! —dijo al barbudo mientras salía—. ¡Y feliz Navidad!