sábado, 9 de abril de 2016

Nuala y la máscara (I)

Ilustración de Guillermo Pérez Rancel

Texto de Gloria T. Dauden




Nuala empezaba a cansarse de aquella máscara que sonreía sin parar y no dejaba de canturrear y contar historias graciosas. No estaba de humor para sus bromas.
Llevaban juntas casi dos semanas, desde que se la dieron como recompensa de su última misión.  A primeras le había gustado, era bonita y sin duda era una pieza única. Ahora se arrepentía de no haberla cambiado por cualquier otro objeto del tesoro de la condesa.
La portaba colgada del cinturón y la maldita cosa no callaba ni un momento mientras Nuala avanzaba, paso a paso, por el desierto de arena gris que la separaba del Valle  de Sombras.

—Eres demasiado seria, niña –dijo de golpe la máscara.
—¿Yo demasiado seria? –Nuala frunció los labios y siguió su camino—. Tú eres una cotorra, pesada. En cuanto pueda me deshago de ti. En el próximo pueblo. Ya verás.






No contaba con que allí le dieran más que unas monedas por ella, si acaso, pero estaba dispuesta hasta a regalarla, solo por volver a su tranquilidad anterior.
—Todavía no has probado a llevarme –soltó la cosa con voz cantarina.
Nuala abrió la boca y la cerró varias veces. Ni se le había pasado por la cabeza ponerse aquella máscara que no paraba de hablar y canturrear. La sola idea le resultaba de lo más desagradable.
—Claro que no.
—Pues yo que tú lo haría antes de perderme de vista.
Nuala se rio con desgana, pero algo dentro de ella saltó. ¿Y si tenía razón? La condesa le había asegurado que aquel trasto era un premio magnífico, algún motivo tenía que haber, aunque ella no lograba verlo.
Se mordió el labio.  Bufó y al final se detuvo. Buscó una sombra, detrás de un cacto bien gordo y se sentó con las piernas cruzadas.
Se colocó la máscara sobre el regazo y la miró con desagrado. Su nariz picuda, sus ojos redondos y, lo peor, aquella sonrisa idiota.
—A ver, cosa fea. ¿Qué pasa si te coloco sobre mi cara? ¿Qué vas a hacerme?
La máscara soltó una risita alegre.
—Vas de aventurera, pero eres una miedosa, niña.
—¡Yo miedosa! –Nuala gritó, molesta. Se sentía insultada. Por un momento pensó en lanzar aquella cosa contra el cacto y dejarla ahí, clavada en las espinas.
La cogió, la levantó y… al final bajó el brazo y se la quedó mirando fijamente.
—Eres una cosa estúpida y antipática —dijo la niña.
La máscara se rio y, de forma extraña, Nuala se sintió contagiada de su risa. Por un momento se olvidó de su cansancio, del dolor de sus pies magullados, del calor y del hambre que le mordía el estómago desde hacía varios días.
—Venga, voy a probar —dijo. Despacio se colocó la máscara sobre el rostro. Mantuvo los ojos cerrados, sintiendo el roce suave y extrañamente agradable sobre la piel de aquella cosa.
Abrió los ojos y por un momento se quedó helada. Ante ella tenía una especie de lobo blanco enorme  de grandes ojos claros y larguísimas orejas. No era la primera vez que lo veía. Aquel animal la había visitado en sueños antes.
—¿Qué es? —preguntó Nuala.
La máscara guardó silencio. Tampoco el lobo abrió sus fauces.
La niña se le acercó, despacio, sabiendo que estaba ante una alucinación provocada por la máscara.
Extendió una mano y logró tocarlo. Su pelaje era suave y abundante. Y estaba fresco.
El lobo la miró entonces. Clavó en ella sus orbes blancos y pareció sonreír.
—Nos vemos en el Valle de Sombras —dijo. Después inclinó un poco la cabeza y se marchó al galope hasta perderse en el horizonte gris del desierto.
Nuala se quitó la máscara y respiró de forma agitada. Durante largos minutos nadie habló.
Al fin, la niña se ató de nuevo la máscara a la cintura y comenzó su avance hacia el valle.




(Primer borrador de un relato inspirado en un dibujo de Guille Rancel. Cuento con seguir la historia más adelante.)

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